1933 - La Femineidad

Francine Van Hove: Culto a la feminidad
Para la Anatomía, Masculino es espermatozoide y pene; Femenino, óvulo y ovarios. Ambos sexos formaron órganos que sirven solo a funciones genésicas y quizá se desarrollaron según la misma disposición con distinta configuración. Los otros órganos, formas del cuerpo y tejidos están influidos por el sexo (caracteres sexuales secundarios). Luego la ciencia dirá que, partes del aparato sexual masculino se encuentran también en la mujer, en estado de atrofia y lo mismo vale para el varón. Ve aquí el indicio de una bisexualidad, como si el individuo no fuera varón o mujer, sino ambos, pero más uno que otro. Lleva a creer que la proporción en que lo masculino y lo femenino se mezclan en el individuo oscila. Pero aún así, salvo casos raros, en un sujeto solo hay un tipo de producto genésico, espermatozoides u óvulos, por lo tanto la anatomía no puede aprehender que carácter constituye la masculinidad o la feminidadLa psicología también usa masculino y femenino como cualidades anímicas y también ve el tono de la bisexualidad en la vida anímica, mas por convención pues no es una distinción psicológica. Al decir masculino se piensa en activo, y en pasivo si se dice femenino. En cierto modo es así, el espermatozoide busca activamente y el óvulo aguarda de modo pasivo, y también se refleja en el acto sexual. Pero esto reduce el carácter masculino al factor de la agresión. Además en muchas clases de animales las hembras son las más fuertes y agresivas, y los machos son activos solo en el acto de la unión sexual. Las funciones de crianza, por excelencia femeninas, tampoco se asocian entre los animales al sexo femenino. Especies adelantadas distribuyen la tarea de la cría o sólo el macho la realiza. También en la vida sexual humana resulta insuficiente corresponder conducta masculina con actividad y femenina con pasividad. La madre es en todo sentido activa hacia el hijo, y hasta del acto de mamar puede decirse que ella da de mamar al niño o que lo deja mamar de ella. Hacer coincidir activo con masculino y pasivo con femenino es inadecuado.Se podría caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Quizás desde su modo de participar en la función sexual se difunda a otras esferas de la vida la preferencia por una conducta pasiva y aspiraciones de meta pasiva. Pero también las normas sociales fuerzan a la mujer a lo pasivo. Además hay un vínculo constante entre feminidad y vida pulsional. Su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es así, femenino.La psicología tampoco resuelve el enigma femenino - masculino. El esclarecimiento debía venir de otro lado y no se daría hasta saber cómo se dio la diferenciación del ser vivo en dos sexos. Entretanto hay mucho por estudiar en seres humanos que por poseer genitales femeninos se caracterizan como pertenecientes a ese sexo de modo manifiesto. El psicoanálisis no busca describir qué es la mujer, indaga cómo deviene mujer a partir del niño de disposición bisexual
En comparación con el varón Freud vio que el desarrollo de la niña a la mujer normal es más difícil y complicado, pues incluye dos tareas sin correlato en el desarrollo del niño. La diferencia en lo genital se acompaña de otras diferencias corporales. Surgen también diferencias en la disposición pulsional que permiten vislumbrar la posterior naturaleza de la mujer. La niña es en general menos agresiva y porfiada, se basta menos a sí misma, parece necesitar más ternura, y por eso es más dependiente y dócil. El poder educarla con mayor facilidad y rapidez en el control de las excreciones quizás es consecuencia de esa docilidad, es la primera concesión que puede arrancarse a la vida pulsional infantil. Es más inteligente y viva que el niño de la misma edad, más solícita al mundo exterior y sus investiduras de objeto son mas intensas. Pero esas diferencias deben dejarse de lado pues pueden contrarrestarse por variaciones individuales.Ambos sexos parecen recorrer igual las primeras fases del desarrollo libidinal. Podía esperarse que ya en la fase sádico-anal se exteriorice en la niña menor agresión pero en el análisis del juego infantil, los impulsos agresivos de las niñas tienen buen grado de diversidad y violencia. Al ingresar en la fase fálica hay más concordancias que diferencias entre los sexos. La niña es como un varón. En esta fase el varón se procura sensaciones placenteras de su pene, y conjuga esto con sus fantasías sexuales. Lo mismo hace la niña con su clítoris. Parece que en ella el acto onanista tuviera ese equivalente del pene, y que la vagina, propiamente femenina, fuera aún algo no descubierto para ambos sexos. Entonces, en la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora, pero no está destinada a seguir siéndolo; con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder su sensibilidad y su valor a la vagina, es la primera tarea que debe realizar, mientras que el varón solo continúa en la madurez sexual lo que ya había ensayado en el temprano florecimiento sexual. La segunda tarea tiene que ver con el primer objeto de amor. El primer objeto de amor del niño es la madre, lo sigue siendo en la formación del complejo de Edipo y a lo largo de su vida. Las primeras investiduras de objeto se apuntalan en ambos sexos en la satisfacción de las necesidades vitales. Por eso la madre es también el primer objeto de amor de la niña. Pero en la situación edípica es el padre quien deviene objeto de amor para la niña, y se espera que en un desarrollo normal encuentre, desde el objeto-padre el camino hacia la elección definitiva de objeto. Con la alternancia de los períodos la niña debe trocar zona erógena y objeto, mientras el niño retiene ambos. Hay que ver cómo pasa la niña de la madre a la ligazón-padre, de la fase masculina a la femenina.Muchas mujeres permanecen hasta épocas tardías en la dependencia tierna respecto del objeto-padre. En ellas Freud comprobó que el estadio previo de ligazón-madre, tenía muy rico contenido, duraba mas tiempo, y daba lugar a fijaciones y predisposiciones. En ese período el padre es sólo un fastidioso rival; en muchos casos la ligazón-madre dura hasta fin del cuarto año. Casi todo lo que luego se da en la ligazón-padre preexistió en ella, y fue trasferido de ahí al padre. No se puede entender a la mujer sin considerar la fase preedípica ligazón-madre. Los vínculos libidinosos de la niña con la madre en esta fase atraviesan las tres fases de la sexualidad infantil, oral, sádico-anal y fálico. Esos deseos subrogan mociones activas y pasivas. Son ambivalentes, de naturaleza tierna y hostil-agresiva. Estos últimos suelen salir a la luz solo después de tornarse en representaciones de angustia. No es fácil pesquisar los tempranos deseos sexuales; el que se expresa con más nitidez es el de hacerle un hijo a la madre, y su correspondiente, parirle un hijo al padre, ambos del período fálico. Este y otros extraños descubrimientos se ven en el análisis, en ese período preedípico se descubre, referida a la madre, la angustia de ser asesinado o envenenado, que puede constituir el núcleo de una paranoia; que los síntomas histéricos derivan de fantasías, no de hechos reales. La fantasía de seducción por el padre expresa el complejo de Edipo en la mujer. En la fantasía de seducción en la fase preedípica de la niña, la seductora es en general la madre. Pero, aquí la fantasía toca el terreno de la realidad, pues efectivamente la madre a raíz del cuidado corporal provocó sensaciones placenteras en los genitales y las despertó por vez primera.¿A raíz de qué se va a pique esta potente ligazón-madre de la niña? Está destinada a dar lugar a la ligazón-padre. Este paso del desarrollo no implica solo un cambio de vía del objeto. El desasimiento de la madre se produce con el signo de la hostilidad, la ligazón-madre acaba en odio. Ese odio puede ser notable y durar toda la vida, puede compensarse más tarde; por lo común una parte se supera y otra permanece. Sobre esto ejercen fuerte influencia, los episodios de años posteriores. Hay una larga lista de reproches a la madre que llevarían al extrañamiento:1) El reproche mas remoto es el de haberle suministrado poca leche, lo cual explicita como falta de amor. Puede que este reproche se justifique. A menudo las madres no poseen alimento suficiente para el niño y lo amamanten pocos meses. Entre los primitivos, los niños son amamantados hasta dos o tres años. Pero cualquiera que haya sido la realidad, es imposible que el reproche se justifique tantas veces como surge en análisis. Parece más bien que el ansia del niño por su primer alimento es insaciable, que nunca se consoló de la pérdida del pecho. Seguramente el análisis de un primitivo saca a la luz el mismo reproche. Quizás la angustia de envenenamiento se relacione con el destete.2) Otro reproche a la madre se aviva cuando llega otro hijo. Si es posible, retiene el nexo con la denegación oral. Cuando los niños se llevan tan poca diferencia que la segunda gravidez interfiere la lactancia, el reproche es real y aún con una diferencia de sólo 11 meses el niño se percata de ello. Pero el amamantamiento no es lo único que enemista al niño con el rival; igual efecto produce todo signo de cuidado materno. Se siente destronado, despojado, tiene celos al hermanito y desarrolla inquina a la madre infiel y lo manifiesta en su conducta. Se vuelve irritable, desobediente, e involuciona en sus conquistas sobre el gobierno de las excreciones. Los celos influyen en el desarrollo posterior; se alimentan en los años siguientes y la conmoción se repite con cada nuevo hermanito. No cambia mucho que el niño siga siendo preferido de la madre; las exigencias de amor de los niños exigen exclusividad.3) Otra fuente para la hostilidad del niño a la madre la proporcionan sus múltiples deseos sexuales, variables según la fase libidinal, y que casi nunca pueden ser satisfechos. La más intensa denegación se produce en el período fálico, cuando la madre prohíbe el quehacer placentero en los genitales, hacia el cual ella misma había orientado al niño.Se podría pensar que esos reproches son suficientes para desasir a la niña de la madre o que este primer vínculo de amor debe caer, justamente por ser el primero, pues las primeras investiduras de objeto son muy ambivalentes; cuanto más apasionado es el amor del niño a su objeto, más lo afectan las denegaciones y así el amor sucumbe a la hostilidad acumulada. Pero aún negando esa ambivalencia, siempre la relación madre-hijo perturba el amor infantil, pues aún la educación más blanda debe poner límites, y cada intromisión produce en el niño, rebeldía y agresión. Ahora, todos esos factores son eficaces en la relación niño-madre, y sin embargo no lo desligan del objeto-madre.4) Hay un factor específico que no se da en el varón o no se da de igual modo y reside en el Complejo de castración La niña hace responsable a la madre de su falta de pene y no se lo perdona. También la mujer pasa por el complejo de castración pero de distinto modo. En el varón surge al ver que la niña no tiene ese miembro tan estimado por él y piensa que puede perderlo. Entonces recuerda las amenazas que se atrajo por tocar su miembro, empieza a creerlo, y cae bajo el influjo de la angustia de castración. El complejo de castración de la niña se inicia también al ver el genital del varón, se siente perjudicada y cae presa de la envidia del pene, dejando huellas imborrables en su desarrollo y la formación de su carácter. La niña puede admitir su falta de pene pero se aferra por largo tiempo al deseo de llegar a tenerlo, lo conserva en el inconciente con gran carga energética. La envidia y los celos desempeñan en la vida anímica de la mujer mayor papel que en la del varón. No es que el varón no tenga esas cualidades, ni que en la mujer no tengan otra raíz que la envidia del pene; pero Freud atribuía a ella el plus que hay en las mujeres.El descubrimiento de la castración da un giro al desarrollo de la niña. De ahí parten tres orientaciones: 1)A la inhibición sexual o neurosis; 2) Al complejo de masculinidad 3) A la feminidad normal.1) La niña, que hasta allí había vivido como varón, lograba placer por excitación del clítoris y relacionaba ese quehacer con sus deseos sexuales, con frecuencia activos, referidos a la madre, ve estropeado el goce de su sexualidad fálica por influjo de la envidia del pene. La comparación con el varón hiere su amor propio; renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris, desestima su amor por la madre y reprime buena parte de sus aspiraciones sexuales. El extrañamiento respecto de la madre no se da de golpe, la niña primero considera la castración como desventura suya luego la extiende a otras mujeres y al fin a la madre. Su amor se dirigía a la madre fálica; el ver que está castrada le permite abandonarla como objeto de amor, prevalecen los motivos de hostilidad que ya se habían ido reuniendo.El neurótico en general concede al onanismo gran valor etiológico, pero casi siempre culpa al onanismo de la pubertad; mientras que al de la primera infancia que es el que interesa, lo ha olvidado. El desarrollo de la niña muestra un ejemplo donde el propio niño trata de librarse del onanismo y no siempre lo logra. Cuando la envidia del pene despierta un fuerte impulso contrario al onanismo clitorídeo y este no quiere ceder, se da una violenta lucha; en ella la niña asume el papel de la madre ahora destituida y expresa el descontento con su clítoris repudiando la satisfacción obtenida en él. Muchos años después, cuando el onanismo fue sofocado, sigue un interés como defensa contra la tentación que teme. Se expresa como simpatía a personas a quienes atribuye dificultades parecidas, motivo del casamiento incluso puede influir la elección de marido. No es fácil tramitar la masturbación de la primera infancia.3)Con el abandono de la masturbación clitorídea se renuncia a una porción de actividad, ahora prevalece la pasividad, la vuelta hacia el padre se consuma predominantemente con ayuda de mociones pulsionales pasivas, que allanan el Camino a la feminidad. El deseo con que la niña se vuelve hacia el padre es originariamente el deseo del pene que la madre le denegara. Pero la situación femenina sólo se establece cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo del hijo, y entonces el hijo aparece en lugar del pene. La niña ya había deseado un hijo en la fase fálica no perturbada; tal era el sentido del juego con muñecas, pero el juego no era en sí expresión de feminidad; servía a la identificación-madre en el propósito de sustituir la pasividad por actividad. Jugaba para hacer con el hijo todo lo que la madre hacía con ella. Sólo con el arribo del deseo del pene, el hijo-muñeca deviene un hijo del padre y desde allí, la más intensa meta de deseo femenina. Este deseo se realiza al llegar un hijo, especialmente un hijo varón, que trae consigo el pene anhelado. La expresión “un hijo del padre” a menudo acentúa la persona del hijo, y no insiste en el padre. Así, el antiguo deseo masculino de poseer pene sigue trasluciéndose a través de la feminidad consumada. Pero quizá deba verse en este deseo del pene un deseo femenino por excelencia. Con la trasferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ingresa al complejo de Edipo. La hostilidad a la madre que no es nueva, se refuerza pues es la rival que recibe del padre lo que ella anhela de él. Por largo tiempo el complejo de Edipo de la niña impidió ver la ligazón-madre preedípica que deja varias fijaciones. Para la niña, la situación edípica es el desenlace de un largo y difícil proceso, una posición de reposo que no abandona pronto, sobre todo porque está cerca el inicio del período de latencia.En la relación del complejo de Edipo con el de castración, se ve una diferencia entre los sexos. El complejo de Edipo del varón, dentro del cual anhela a su madre y querría eliminar al padre como rival, se desarrolla a partir de la fase de su sexualidad fálica. La amenaza de castración lo obliga a resignar esa postura. Bajo la impresión del peligro de perder el pene, el complejo de Edipo es abandonado, reprimido, y se instaura como su heredero un severo superyó. Lo que acontece en la niña es casi lo contrario. El complejo de castración prepara al complejo de Edipo en vez de destruirlo; por el influjo de la envidia del pene, la niña es expulsada de la ligazón-madre y desemboca en la situación edípica. Ausente la angustia de castración, falta el motivo principal que fuerza al niño a superar el complejo de Edipo. La niña permanece dentro de él por tiempo indefinido, sólo después lo deconstruye y aún allí lo hace de modo incompleto. En esas circunstancias la formación del superyó no logra la fuerza e independencia que le dan significatividad cultural.2) La segunda reacción al descubrir la castración es el desarrollo del Complejo de masculinidad. La niña se rehúsa a reconocer el hecho y con empecinada rebeldía refuerza la masculinidad vivida hasta allí, mantiene su quehacer clitorídeo y busca una identificación con la madre fálica o con el padre. ¿Qué será lo decisivo para este desenlace? Se cree que un factor constitucional, una proporción mayor de actividad, típica del macho. Pero lo esencial es que se evita la oleada de pasividad que logra el giro a la feminidad. El resultado más extremo del complejo de masculinidad es influir la elección de objeto hacia una homosexualidad. La homosexualidad femenina rara vez continúa en línea recta a la masculinidad infantil. Parece que ellas también toman por objeto al padre durante un lapso y entran en la situación edípica, pero las inevitables decepciones con el padre las fuerzan a regresar al complejo de masculinidad. Mas, no es lícito sobrestimar esos desengaños; también los sufre la niña destinada a la feminidad. El hiperpoder del factor constitucional parece indiscutible, pero ambas fases del desarrollo de la homosexualidad femenina se reflejan en las prácticas de las homosexuales, que lo mismo juegan a ser madre e hija que marido y mujer.Freud presentó este trabajo como, la prehistoria de la mujer. Mencionó nombres de mujeres a quienes esta indagación le debía grandes contribuciones. La doctora Ruth Mack Brunswick fue la primera en describir un caso de neurosis que se remontaba a una fijación al estadio preedípico y no había alcanzado la situación edípica. Tenía la forma de una paranoia de celos y demostró ser accesible a la terapia. La doctora Jeanne Lampl-de Groot comprobó con observaciones ciertas la increíble actividad fálica de la niña hacia la madre, y la doctora Helene Deutsch demostró que los actos de amor de mujeres homosexuales reproducen los vínculos madre-hijo.Destacó que el despliegue de la feminidad está expuesto a ser perturbado por los fenómenos residuales de la prehistoria masculina. Las regresiones a las fijaciones de aquellas fases preedípicas son muy frecuentes; en muchos ciclos de vida se llega a una repetida alternancia de épocas en que predomina la masculinidad o la feminidad.Algunas particularidades psíquicas de la feminidad madura. Citó algunas particularidades aunque no siempre distinguía cuanto atribuir al influjo de la función sexual y cuanto a la domesticación social. Adjudicaba a la feminidad un alto grado de narcisismo, que influye también sobre su elección de objeto, por eso para la mujer la necesidad de ser amada es más intensa que la de amar. Esa vanidad corporal seguía siendo efecto de la envidia del pene, aprecia en demasía sus encantos como tardío resarcimiento por la originaría inferioridad sexual. La vergüenza, considerada cualidad femenina por excelencia, la atribuía al propósito originario de ocultar el defecto de los genitales.Las condiciones de la elección de objeto de la mujer muchas veces se vuelven irreconocibles por obra de las circunstancias sociales, cuando puede mostrarse libremente, se produce según el ideal narcisista del varón que la niña había deseado ser. Si ha permanecido dentro de la ligazón-padre , elige según el tipo paterno. Puesto que en la vuelta desde la madre hacia el padre la hostilidad del vínculo ambivalente permaneció junto a la madre, tal elección debiera asegurar un matrimonio dichoso. Pero a menudo la hostilidad dejada atrás alcanza a la ligazón positiva y desborda sobre el nuevo objeto. El marido, que había heredado al padre, recibe con el tiempo la herencia materna. Así la segunda mitad de la vida, lucha contra su marido, como la primera, luchó contra su madre.Otro cambio en el ser de la mujer puede sobrevenir luego del nacimiento del primer hijo. Bajo la impresión de la propia maternidad puede revivirse una identificación con la propia madre, identificación contra la cual la mujer se había rebelado hasta el matrimonio, y atraer hacia sí toda la libido disponible, de suerte que la compulsión de repetición reproduzca un matrimonio desdichado de los padres. Que el antiguo factor de la falta de pene no siempre ha perdido su fuerza se demuestra en la diversa reacción de la madre frente al nacimiento de un hijo según sea varón o mujer. Sólo la relación con el hijo varón brinda a la madre una satisfacción irrestricta; es la más exenta de ambivalencia de todas las relaciones humanas. La madre puede trasferir sobre el varón la ambición que debió sofocar en ella misma, esperar de él la satisfacción de todo lo que le quedó de su complejo de masculinidad. El matrimonio no está asegurado hasta que la mujer consiga hacer de su marido también su hijo y actuar la madre respecto de él.La identificación-madre de la mujer permite discernir dos estratos: el preedípico, que consiste en la ligazón tierna con la madre y la toma por arquetipo, y el postedípico, que quiere eliminar a la madre y sustituirla junto al padre. De ambos estratos mucho queda pendiente para el futuro y ninguno se supera totalmente en el curso del desarrollo. Pero la fase de la ligazón preedípica tierna es la decisiva para el futuro de la mujer; en ella se prepara la adquisición de las cualidades con las que luego cumplirá su papel en la función sexual y costeará sus inapreciables funciones sociales. En esta identificación adquiere el atractivo sobre el varón, atizando hasta el enamoramiento la ligazón-madre edípica de él. Sin embargo, con frecuencia sólo el hijo varón recibe lo que el varón pretendía para sí. Pareciera que el amor del hombre y el de la mujer están separados por una diferencia de fase psicológica.Pensaba que el hecho de que se atribuya a la mujer escaso sentido de la justicia se relacionaba con el predominio de la envidia en su vida anímica, pues el reclamo de justicia es un procesamiento de la envidia, indica la condición bajo la cual uno puede desistir de esta. Sus intereses sociales son más endebles que los del varón, y posee menor aptitud para la sublimación de lo pulsional. Lo primero deriva del carácter disocial que es rasgo inequívoco de todos los vínculos sexuales. Los amantes se bastan uno al otro y aun la familia es reacia a su inclusión en asociaciones más amplias. La aptitud para la sublimación está mas sujeta a variaciones individuales. En la práctica analítica observaba que un hombre cercano a la treintena aparecía como un individuo joven, más bien inmaduro, del cual esperaba que aproveche abundantemente las posibilidades de desarrollo que le abre el análisis. Una mujer de igual edad muestra mayor rigidez psíquica e inmutabilidad. Su libido ha adoptado posiciones definitivas y parece incapaz de abandonarlas por otras. No se obtienen vías hacia un ulterior desarrollo; es como si todo el proceso estuviera concluido y no pudiera influirse más sobre él desde entonces; más aún: es como si el difícil desarrollo hacia la feminidad hubiera agotado las posibilidades de la persona. Como terapeutas lamentamos ese estado de cosas, aunque consigamos poner término al sufrimiento mediante la tramitación del conflicto neurótico.

1914 - Sobre la Psicología del Colegial

Sobre la psicología del colegial - 1914
Freud había descubierto estando en el bachillerato que quería hacer alguna contribución al saber humano. Luego se hizo médico, más bien psicólogo, y creó una nueva disciplina psicológica, el psicoanálisis. Como psicoanalista debía interesarse más por los procesos afectivos que por los intelectuales, más por la vida anímica inconciente que por la conciente. El encuentro con un viejo profesor lo llevó a reflexionar sobre qué era más sustantivo para los estudiantes: ocuparse de las ciencias que les exponían o la personalidad de sus maestros. Concluyó que lo último era como una corriente subterránea nunca extinguida. 

Los cortejaban o se alejaban de ellos, les imaginaban simpatías o antipatías quizás inexistentes, estudiaban sus caracteres y sobre esa base formaban o deformaban los suyos. Provocaban sus más intensas revueltas y los compelían a la más total sumisión; los alumnos espiaban sus pequeñas debilidades y estaban orgullosos de su excelencia, su saber y su sentido de justicia. Los amaban cuando les daban un fundamento para ello. Se inclinaban por igual al amor y al odio, la crítica y la veneración. El psicoanálisis llama ambivalente a ese apronte de opuesta conducta, y no le extraña pesquisar la fuente de esa ambivalencia de sentimientos.
El psicoanálisis enseña que las actitudes afectivas hacia otras personas, tan relevantes para la posterior conducta, quedaron establecidas en una época insospechadamente temprana. Ya en los primeros seis años de la infancia el pequeño consolida la índole y el tono afectivo de sus vínculos con personas del mismo sexo y del opuesto; a partir de entonces puede desarrollarlos y trasmudarlos siguiendo ciertas orientaciones, pero ya no cancelarlos. Las personas en quienes de esa manera se fija son sus padres y hermanos. Todas las que luego conozca devendrán en sustitutos de esos primeros objetos del sentimiento, y se le ordenarán en series que arrancan de las imagos del padre, la madre, los hermanos y hermanas, etc. Así, esos conocidos posteriores reciben una suerte de herencia de sentimientos, tropiezan con simpatías y antipatías a cuya adquisición ellos han contribuido poco; toda la elección posterior de amistades y relaciones amorosas se produce sobre la base de huellas mnémicas que aquellos primeros arquetipos dejaron tras sí.
Entre las ¡magos de una infancia que por lo común ya no se conserva en la memoria, ninguna es más sustantiva para el adolescente y para el varón maduro que la de su padre. Una necesidad objetiva orgánica ha introducido en esta relación una ambivalencia de sentimientos cuya expresión más conmovedora se puede ver en el mito griego del rey Edipo. El varoncito se ve precisado a amar y admirar a su padre, quien le parece la criatura más fuerte, buena y sabia de todas; Dios mismo no es sino un enaltecimiento de esta imagen del padre, tal como ella se figura en la vida anímica de la primera infancia. Pero muy pronto entra en escena el otro lado de esta relación de sentimiento. El padre es discernido también como el hiperpotente perturbador de la propia vida pulsional, deviene el arquetipo al cual no sólo quiere imitar, sino eliminar para ocupar su lugar. Ahora coexisten, una junto a la otra, la moción tierna y la hostil hacia el padre, y ello a menudo durante toda la vida, sin que una pueda cancelar a la otra. En tal coexistencia de los opuestos reside el carácter de la “ambivalencia de sentimientos».
En la segunda mitad de la infancia se prepara una alteración de ese vínculo con el padre. El varoncito empieza a salir de casa y a mirar el mundo real, y ahí hará descubrimientos que enterrarán su originaria alta estima por su padre y promoverán su desasimiento de ese primer ideal. Halla que el padre no es el más poderoso, sabio, rico; empieza a descontentarle, aprende a criticarlo y a discernir cuál es su posición social; después, por lo común le hace pagar caro el desengaño que le ha deparado. Todo lo promisorio, y todo lo chocante, que distingue a la nueva generación reconoce por condición tal desasimiento respecto del padre. 
Es en esta fase del desarrollo del joven cuando se produce su encuentro con los maestros. Esto explica esa relación con los profesores de la escuela secundaria. Estos hombres, que ni siquiera eran todos padres, se convierten en sustitutos del padre. Por eso aparecen, siendo jóvenes, muy maduros, e inalcanzablemente adultos. Se trasfiere sobre ellos el respeto y las expectativas del omnisciente padre de los años infantiles, y luego se los empieza a tratar como al padre. Les salen al encuentro con la ambivalencia adquirida en la familia, y con el auxilio de esta actitud combaten con ellos como estaban habituados a hacerlo con el padre carnal. Si no tomáramos en cuenta lo que ocurre en la crianza de los niños y en la casa familiar, nuestro comportamiento hacia los maestros sería incomprensible; pero tampoco sería disculpable. Otras vivencias,  se tienen como estudiantes secundarios con los sucesores de hermanos y hermanas, con los compañeros.
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